La llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU ha levantado la hipótesis de un declive del liderazgo global de Washington, y su posible relevo por parte de Beijing. Pero ¿es verosímil esta posibilidad? Tradicionalmente, China siempre ha rehuido posiciones de liderazgo y ha preferido actuar, en el mejor de los casos, a través de terceros. Ese bajo perfil parte de la premisa de que la asunción de mayores responsabilidades internacionales le puede acarrear más problemas que beneficios. En el corto plazo, China no está en condiciones de disputar la hegemonía militar, ni el papel del yuan puede suplir al dólar como principal moneda de reserva. Además, a pesar de sus enormes esfuerzos, tardará en situarse a la cabeza de la innovación científico-tecnológica. Aunque su ascenso económico es evidente, ni de lejos dispone de los activos y recursos determinantes para lograr el poder global. No obstante, China abriga desde hace tiempo un sentimiento de exclusión de las grandes decisiones económicas y políticas mundiales. No se conformará con ser un socio menor y no secundará propuestas que suenen a subordinación o comparsa. Sólo espera su momento.
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