China es el mayor mercado del mundo para los bienes de lujo, lo que representa aproximadamente la mitad de todo el gasto global en este tipo de productos. En ese contexto, la desaceleración en el crecimiento de la economía china no es una buena noticia para los proveedores de países extranjeros. No obstante, tal circunstancia es ínfima, en comparación con la que atraviesan sus homólogos chinos. Los precios de los artículos de jade o de los mastines tibetanos, por ejemplo, uno de los símbolos de estatus imprescindible para los nuevos multimillonarios, se han reducido a la mitad; mientras cientos de empresas han quebrado. Esto se debe tanto a la política como a la economía. Desde 2013, la campaña contra la corrupción del presidente, Xi Jinping, ha hecho que el consumo suntuoso sea políticamente incorrecto, golpeando de paso la ancestral práctica de prodigar regalos a los funcionarios. Entre ellos el té, especialmente de Pu’er, una variedad fermentada y envejecida de la suroccidental provincia de Yunnan. Según el presidente de la Asociación del té de Yunnan, el negocio está entrando en una “nueva normalidad”; concepto que en el fondo significa: precios más bajos y ventas más modestas.
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