Occidente es el proyecto de muchos nuevos ricos de China. En la última década, han barrido en ciudades como Nueva York, Londres y Los Ángeles, comprando bienes raíces y provocando inquietud acerca de la desigualdad y la riqueza global. Los chinos ricos se han convertido en punto fijo en la imaginación pública, así como los ricos rusos lo fueron en la década de los noventa. Los hijos de los chinos ricos se conocen como “fuerdai”, que significa “segunda generación de ricos”. En una cultura donde la pobreza y el ahorro han sido por mucho tiempo la norma, sus extravagancias la han hecho famosa. Alrededor de un tercio de la riqueza de China pertenece sólo al uno por ciento de la población. Mientras todavía es una economía en desarrollo, un informe reciente mostró que el país cuenta ahora con más multimillonarios que los Estados Unidos. Las personas adineradas salen de China por varias razones. Algunas están preocupadas por la contaminación. Otras quieren asegurar una buena educación para sus hijos. Pero la razón básica es que la suerte en China es precaria. A tal punto, que aparecer en la lista anual de Forbes, se ha convertido en una maldición, pues lo más probable es que se sea objeto de algún tipo de investigación criminal. Curiosamente, muchos fuerdai no se sienten preparados para iniciar empresas en China porque consideran que les falta el know-how chino del negocio. Para ellos, los occidentales son más sencillos y directos.
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