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El poderío económico de China dejó de ser hace tiempo una probabilidad para pasar a palparse en la vida cotidiana. A primera vista, todo resulta gigantesco, sea en Beijing, la capital política; en Shanghai, el centro financiero en el que reside la misma cantidad de habitantes que en toda la Argentina; o en Changchun, una urbe de siete millones de personas en el noreste del país, que atravesó una etapa de decadencia y hoy quiere resurgir de la mano de megaproyectos. Desde donde se ubique el visitante, las construcciones de autopistas, edificios residenciales, galpones de almacenamiento o plantas de generación de energía son postales diarias. Los trabajos no cesan ni siquiera los domingos. Decenas de personas limpiando las calles, construyendo un puente, o plantando flores al costado de las autovías. Pero con casi 1600 millones de habitantes, según organismos internacionales, unos 80 millones de chinos viven actualmente en la pobreza, la mayor cantidad en aldeas rurales. Con un plan quinquenal estructurado hasta el más mínimo detalle, el gobierno chino apunta a lograr en 2021, una sociedad “medianamente acomodada”. Mientras que para el 2049, en coincidencia con el centenario de la revolución comunista, China busca contarse entre las naciones desarrolladas del planeta.

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